Te trajo el calor de la mañana
que no terminaba de calentar lo suficiente como para dilatar al mundo y que te
recibiera holgado y tranquilo.
Llegaste sufriendo sin saber lo
que era y te acompañé con castrense orden mientras estabas desvalido, alimenté
tu diminuto almacén de vida y subsané con caricias y mimos el dolor que te
pudieron ocasionar sin culpa y sin conciencia de lo que te acontecería.
Mientras te esperaba, empapé los
pasillos de aquel frío lugar con todas las lágrimas que tuve e incluso pedí
prestadas para secar mi pena y mi dolor, intentando subir los pequeños peldaños
que te ofrece el azar para arroparte entre mis brazos y enseñarte a sonreír.
Eras pequeño, tímido y suave a la
vez que gracioso, inquieto y bonito, muy bonito.
Cuando abrías tus ojos,
permanecía expectante para aprender lo que ese día estabas dispuesto a
mostrarme de ti, y rápido me eduqué en tu falta de apetito, en tu sonrisa
indistinta, en tu confianza hacia mí.
Entre tus manos y mi cuello era
capaz de abstraerme del resto del mundo para sentir tu amor, aunque no supieras
que existía, con tus pequeños ojos me dirigías hacia lo que te interesaba y me
advertías de tus necesidades.
Apenas sabías llorar salvo que
estuvieses malito y disfrutabas tirando coches por rampas, pintando papeles con
las manos limpias de mil colores mientras escuchabas la música que yo quería
que aprendieras a escuchar, te hacías el grande aprendiendo letras sin saber
hablar y señalabas con tu dedo índice y de forma certera cada una de ellas,
asombrándome por tu inteligencia temprana, tampoco se te resistían los números
aunque no supieras pronunciarlos y paseabas aún torpe y gracioso, mientras te
detenías en las matrículas de los coches para presumir frente a mí, de lo mucho
que tenías dentro y para hacerme feliz sin saberlo, como lo hiciste desde aquel
día que finalizó una etapa en mi vida y un mes en el calendario, y comenzó lo
más bonito que un padre puede tener …
Dormías cerca de mi pecho, cuando
no podías dormir y los dos nos tranquilizábamos poniendo cerca tu pequeño
corazón a ese al que tu habías ensanchado y llenado de amor, compartiendo tu
respirar con mis latidos preocupados por ti, pero serenos por tu compañía.
Te acompañé en todo, no te
dirigí, porque aún no he aprendido a hacer esas cosas y pocas veces me enfadé y
si lo hice, sufrí por hacerlo y recapacité en favor de la coherencia y el
entendimiento de tu niñez.
Siempre estuve a tu lado, muy
cerca, tan cerca que a veces sentía que podía profanar tu libertad pero nunca
lo hice porque la libertad es mas fuerte que la vida y la vida no es vida sin
libertad.
Aprendiste a andar a mi lado y
mirándome mientras lo hacías, como si preguntaras si aquello estaba bien o
había que perfeccionarlo, luego a repetir los nombres de los que te rodeaban y
querían… Te presente a todo el mundo porque el mundo me había ofrecido la
felicidad de tenerte y yo quería compensarles.
También aprendiste a dar patadas
a un balón, ensayando en un minúsculo pasillo con una pelota de playa
deshinchada premeditadamente para que todo te fuera más fácil y tal vez ahí
erré como en tantas cosas en mi devenir contigo y conmigo, tal vez no debí
deshinchar esa pelota ni dejarte ganar en nuestras partidas de pin pon, seguro
que confundí mi fervoroso amor hacia ti, con algo parecido al engaño con el único afán de agradarte y verte
fuerte y feliz.
No paraste nunca de encender el
sol cada mañana y lo compartíamos constantemente, jugábamos, desayunábamos
fuera de casa, balbuceabas lo que me hacía gracia para conseguir mi carcajada,
te pavoneabas frente a mí, diseñando derrapes imposibles con tu bicicleta para
sorprenderme y enamorarme…
Recuerdo que aprendiste a montar
en bici en el pueblo, en la rampa natural de la casa de nuestros vecinos y lo
hiciste como ahora haces las cosas, sin pedir permiso, con premeditación y
alevosía pero sin conciencia de lo que te puede acontecer, pero yo estaba allí
vigilante y protector para que no te ocurriera nada y que si te ocurría, yo
pudiera subsanar los daños, o hacerlos mas pequeños con mi mano y con mi voz,
pero ahora no estoy tan cerca y de hecho me siento lejos de ti, aunque te llevo
dentro, como las madres durante 9 meses, pero sin la posibilidad de acariciarte
a través de la barriga, ni de ponerte canciones que traspasen la piel, ni si
quiera con la inocente alegría que provoca sentir tus patadas o el rotar de tu
cuerpo a mi lado.
Ahora solo sé que estás porque te
escucho de vez en cuando, te leo a través de la pantalla fría de un teléfono
móvil o intento aglutinar todos mis consejos y lecciones de vida en el corto
espacio de tiempo que suelo compartir a tu lado. Pero estás cerca hijo mío y
soy incapaz de alargar más mi tiempo sin ti y mis silenciosas conversaciones,
cada día cuesta un poco mas levantarse y no verte, no sentirme culpable de tu
distanciamiento y constatar que tu sonrisa es producto de la alegría que en
otro tiempo te trasladé porque no la quería para mí.
Hoy te extraño y esto último lo
podría leer todos los días y todos sería cierto.
Hoy eres más mayor y crees que
libre y hoy no puedo decirte que te quiero, sin que tan enorme sentimiento sean
dos palabras u ocho letras, hoy es ese día en el que no pararía de escribir
recuerdos a tu lado ni de dibujar paisajes en los que disfrutamos, caminos que
avanzamos, juegos que compartimos y vivencias que desgranamos y de las que nos
nutrimos.
Hoy no es tarde para recordarte
porque te llevo dentro, más no puedo escribirlo todo, porque falta energía en
los saltos de agua, en los molinos de viento, en el carbón del subsuelo y en la
fortaleza del mar para soportar lo que fluye de mi sangre y se vierte en un
alambique de frío metal camino del desagüe del olvido.
No romperé mis firmes
convicciones, pero subsanaré mis errores…el millón de errores que he cometido y
el millón de los que me quedan por cometer. Aprenderé de cada uno de ellos y
mis convicciones serán aún mas fuertes, tan fuertes que nada ni nadie sea capaz
de destruirlas, como nada ni nadie podrá NUNCA JAMÁS erosionar lo más mínimo el
AMOR QUE SIENTO POR TI.
¡TE QUIERO
HIJO!