Cuando uno hace uso de uno de
los instrumentos lúdicos y recreativos más longevos de la historia, como es el
caso del tobogán, no es muy consciente en sus primeros contactos con él de lo
que puede suponer, ya que suele ir acompañado de su padre, de su madre o de un
adulto que con el cuidado que requiere la atención excesiva que brindamos a
nuestros pequeños hoy en día, se acerca a él con un afán de protección que
supera los límites del peligro real del susodicho aparato o mueble urbano, para
brindar la posibilidad de la diversión, el vértigo, la velocidad, la
incertidumbre, la felicidad que entraña el lanzarse a lo que para él es aún
desconocido, pero que seguramente, ante la primera toma de contacto, salvo que
esta sea accidentada, repetirá hasta saciar al osado familiar o amigo, de
tantas y tantas veces como nuestro cachorro guste de reiterar la acción.
Claro que visto así, no
trasciende mucho a la realidad vivida, pero de todos es sabido el gusto y
placer que supone extrapolar lo cotidiano y común, a la rutina, a lo normal, a
nuestra historia…a la vida. Y es de eso de lo que intentaré ocuparme, por
necesidad, por ganas de hablar, de transmitir, de intentar aprender… Que es el
objetivo que todos deberíamos perseguir durante nuestra estancia en el planeta
que nos acoge…el aprendizaje.
Pero es tan difícil aprender del
todo, cuando nuestro primer ascenso a la
cúspide del artilugio en cuestión, es someramente guiado, perseguido y yo diría
que coartado por los acompañantes mayores; que la educación puede surgir en el
camino inverso, es decir, que posiblemente el loco bajito que se aproxima,
apenas sin saber andar, a las escaleras, mirando con ojos curiosos hacia
arriba, esperando encontrar algo que nunca ha visto, o con el único objetivo de
avanzar y subir las piernas en el orden que le indica su breve experiencia,
interiorizará que su acompañante está acongojado, temeroso, pero a la vez
ilusionado, y no sentirá el placer por elevarse hacia el mundo de lo
desconocido, porque le estaremos anticipando que aquello que es
nuevo…posiblemente no lo pueda descubrir por sí mismo y eso no es cierto,
(aunque se admiten críticas al respecto).
Esto mismo nos puede ocurrir en
la vida cuando nos intentamos enfrentar a cosas nuevas, y no hace falta ser
menores de edad o infantes que aun no caminan, ya que puede ser que la
incertidumbre del éxito o el disfrute, nos impida el conocimiento del mismo…y
qué fatal desatino que por perseguir el éxito perfecto o el objetivo de la
plena felicidad, seamos capaces de arriesgar tan poco por el hecho de no saber
lo que hay al otro lado de la escalera del tobogán, qué fatalidad que no
queramos arriesgar ni un paso en el ascenso sólo por la ignorancia de lo que
acontecerá sin ni siquiera haber disfrutado aun del suave roce del metal frío
sobre nuestras lindas posaderas mientras el aire primaveral acaricia nuestra
cara, secando las lágrimas para convertirlas al final de la pendiente en una
sonrisa de felicidad que nos animará a repetir la acción.
Nos ocurre cuando somos pequeños
que, una vez hemos conseguido subir y bajar del tobogán muchas veces, buscamos
riesgos superiores, pendientes más altas, cumbres que descubrir, porque nuestra
libertad y nuestra inquietud supera con creces a la educación que nos quieren
imponer sobre el orden de lo establecido, sobre el miedo a lo prohibido, sobre
el estigma de lo bien visto y cotidiano, sin percatarnos ni hacer caso a los
que en un principio quisieron guiarnos y sólo consiguieron acotar nuestras alas
o incentivar nuestra beligerancia e intransigencia.
Los más pequeños se tiran por el
tobogán, pero siempre tienen una mano que les va a impedir caerse, una mirada
que les va a sonreír mientras descienden, un cuerpo que impedirá que se
tropiecen y…dando un giro a lo anteriormente expuesto, lo hacen por AMOR, o no es
protección el amor? No es una sonrisa que te ayude a sonreír el AMOR? No es un
cuerpo que se enfrenta al tuyo para compartir un tropiezo el AMOR?... pues de
la misma manera, nuestros cachorros obtendrán AMOR, de los que les ayudan y les
esperan durante una parte de su vida con el firme objetivo de cuidarles.
Pero una vez han conseguido el
mencionado “DON” ocurre que los adultos tendemos a realizar procesos
contradictorios cuando cesamos en nuestra protección y ofrecemos LIBERTAD a los
que queremos y con ello queremos conseguir educarlos, cuando antes fuimos
firmes amantes frente a ellos y les ofrecimos nuestro cuidado, nuestra mirada,
nuestra atención incondicional.
Eso hace que según crecemos nos
enfrentamos al tobogán con más confianza, producto de nuestra rebeldía pero
también con la desconfianza que nos impusieron marcándonos el camino, pudiéndonos
desollar porque ya no hay nadie para aguantar la caída en picado, ni para
brindarte la sonrisa o aproximar su cuerpo y proteger el tuyo…o tal vez si…tal
vez nunca nos encontraremos así y siempre estarán a nuestro alrededor personas
que lo hagan?
Solo es necesario encontrar
alguien que esté esperándote al otro lado del tobogán para sentirte protegido,
acogido, cuidado, incentivado…AMADO.
Cuando somos pequeños está
nuestra familia, según crecemos no nos hace mucha falta, pero rápidamente el
AMOR se hace necesario y un joven se tirará sin apenas mirar lo que hay al otro
lado del tobogán, porque lo hará por AMOR y seguro que encontrará al otro lado
alguien que con su misma fortaleza, le acoja en sus brazos, le haga sonreír, le
AME…y aunque se tire cien veces, no le importará caerse entre tanto subir y
bajar porque su juventud le dará la posibilidad de levantarse y volver a subir
con paso firme y enérgico la escalera que le lleva a la ilusión del AMOR,
aunque su educación le dicte normas, le impida movimientos y sea intransigente
con sus formas de lanzarse al vacío, el joven romperá las normas, ansiará su
libertad, probará nuevas experiencias, ratificará que todo es posible o que si
no lo es…al menos lo va a intentar.
El joven puede tirarse siempre
que quiera porque su musculatura, su esqueleto, su elasticidad, su organigrama
vital, se lo permite y aunque se rompa un brazo o una pierna, estará deseando
volver al tobogán y enfrentarse a él para vencerle y poseerle como uno de sus
retos personales, como un objetivo vital…pero el joven llegará un momento en el
que decida que ya no es momento para subirse a tantos toboganes y que ya se ha
roto demasiados huesos y será cauto, precavido e incluso temeroso, como le
enseñaron algunos cuando era pequeño…tirará de educación y valores y anclará
sus experiencias en una sola, subirá y bajará del mismo tobogán todos los días
porque no quiere enfrentarse a otros que desconozca y prefiere aferrarse a la
sencillez, a la seguridad, al pavor del vacío.
Lo peor viene cuando el presenil
quiere, desea, ansía y está seguro de que el tobogán está hecho para él y le
surgen los achaques propios de la edad…uno ya no está tan ligero, tiene cargas,
uno no es tan enérgico ni tan vital, está limitado, uno no es tan común, es
diferente, uno no es tan seguro, provoca inseguridad, y lo peor de todo…da
igual cómo ansíes tirarte por el tobogán, es igual que pongas todas tus ganas,
no importa que describas con paso firme el camino hacia la cumbre y delimites
con seguridad el descenso cuidadoso al vacío, porque quién está abajo
esperándote, debe saber que puedes traer dos hernias discales, una miopía
galopante, una artrosis o simplemente una barriguita entrañable, y ser capaz de
ofrecerte la mano cuando asciendes, la mirada cuando bajas, la sonrisa al
llegar y el cuerpo para frenarte y enfrentarte a los tropiezos, el que esté
abajo debe saber que si te tiras por el tobogán a pesar de tus achaques lo
haces como lo hizo el bebé su primera vez, con incertidumbre pero con
confianza, con libertad pero guiado, con una sutil o excesiva ayuda que tal vez
sea AMOR…el mismo AMOR que demuestra el grande al tirarse por el tobogán sin
otorgarle importancia a lo común y establecido, a lo férreo e intransigente, a
lo desconocido.
Si nadie te espera al otro lado
del tobogán o tiene la incertidumbre de apartarse, tal vez sea mejor no subirte
nunca, por muy bonito que sea el descenso y dejar que lo hagan los niños
guiados por sus padres o los jóvenes insultantemente osados, y si te has subido
y estás en lo más alto, sabes que debes tener precaución por tus achaques y
cargas vitales, debes asumirlas, compensarlas y ofrecerle al mundo tu retirada
si fuera necesaria, por dolorosa que sea e inútil que te parezca, debes
ofrecerle al mundo la posibilidad de que disfruten de los toboganes y no
saturar el paso a la cumbre, porque de todos es sabido que a nadie le gustó
hacer cola mientras esperaba tirarse por un tobogán.
P.D.:¡¡¡SIEMPRE!!! *****
PINTOR
Nunca
es triste acontecer con los hechos
Ni
remediar con abrazos
No es
liviana la sutileza de un beso
Si
acometemos con peso
El
delirio de los trazos
Del
pintor que con deshechos
Del
monte y de los retazos
Aproxima
al mundo un trecho
De su
vida en mil pedazos
Derruida
por los lienzos
Que
destruyó haciendo escasos
Y
cuando fueron ya miles
Los
quemó, entre hojaranzos
Pues
nunca encontró la forma
De
transmitir al extraño
Lo que
su corazón decía
Lo que
escondían sus manos.
RIGOR
Supones
que tú supiste que te quería querer
Y
presumiste en sus ojos aquel amor florecer.
Trataste
con mimo y esmero su breve pestañear.
Su
sueño rico y sereno, su dormir, su despertar.
Convertiste
su mirada en traviesa ilusión por ti.
Mencionaste
una mañana que no podrías vivir…
Sin sus
besos, sin su aliento, sin encontrarla otra vez…
A tu
lado despertando, cuando empieza a amanecer.
Ilusionaste
tu vida, transgrediste la razón.
Hiciste
todo por ella, la entregaste el corazón.
Y ahora
andas por ahí buscando, un latido que acompase…
La
forma de andar erguido y de que el tiempo no pase.
Más el
tiempo no conoce de amores ni de virtudes.
El
tiempo solo se escapa, manifestando inquietudes…
Que
perduran en sí mismo, que no acaban de acabar.
Que
torturan al insano, al pobre y enamorado.
Que se
marcha cuando le llamas, que viene si le ignoramos.
Y
muerto el amor sin vida y naciendo un nuevo sol.
El amor
irá surgiendo o vivirá el desamor. *****
Pues mira tu que yo que soy mas de verso que de prosa, me ha ENCANTADOOOOOO, un beso hermano.-
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